La ciudad muerta

El médico había conocido tiempo atrás a D’Herauville, cuando trabajaba como oficial de sanidad en el puerto de C””, recibiendo a los buques que entraban en la rada. Buena parte de los visitantes solían ser turistas extranjeros que venían a conocer las ruinas de una antigua ciudad colonial, la “ciudad muerta”, que se extendía cerca del puerto, a tres kilómetros del mar. Uno de esos viajeros ansiosos de visitar ese antiguo asentamiento era D’Herauville, quien se hizo amigo del médico y le pidió que fuera su guía en su visita a la “ciudad muerta”, conduciéndole hasta sus subterráneos, de los cuales se contaban muchas historias fantásticas.
Al principio el médico se negó, recordándole que anteriormente hubo casos de visitantes osados que se adentraron en las ruinas y de los que no se supo más. Ilustración de Valdelomar para “La ciudad muerta”. La señora Bretigne y sus dos niñas. En la revista Ilustración Peruana, abril de 1911.

El médico, consternado, solo pudo escuchar en el suelo unos golpes sordos que venían del seno de la tierra, como si Rosso, perdido en el interior, pidiera ayuda.
Pero el médico no tuvo el valor de ir a buscarlo, y esto le produjo una terrible desazón y un complejo de culpabilidad. Años después, hallándose en la playa junto a la señora Bretigne y sus pequeñas hijas rubias, Claudine y Fiorenze, una de las niñas se le acercó aterrada y llorando, diciendo que había visto un horrible animal;
Sin embargo ninguna
razón sirvió para hacer desistir a D’Herauville de su proyecto de bajar por los
subterráneos de la ciudad muerta. Ni siquiera cuando el médico se explayó en
una teoría “científica” sobre las “localizaciones cerebrales”, que trataba de
explicar la razón por la que una persona que se adentraba a los subterráneos no
podía orientarse y terminaba perdiéndose en los laberintos de aquel inframundo.

su plan era atarse la cuerda y bajar por el pozo o abertura grande situada en la antigua plaza, mientras afuera le esperaría el médico sujetando el otro cabo de la soga. Pasado algún tiempo, el médico sintió que la cuerda era jalada insistentemente, como si D’Herauville pidiera ayuda;
pero, nuevamente como había sucedido con Rosso, no tuvo el valor para ir en busca de su amigo, y al final, con horror sintió escabullirse definitivamente la cuerda de sus manos, sin atinar a hacer nada.
Terriblemente conmovido y afectado, atribuyó la culpa de la desgracia a la luna y su influencia maligna en los seres vivos, y textualmente le dice en la carta dirigida a Francy: “Perdóneme Ud., Francinette, culpe Ud. a la luna; Henri d’Herauville, su amigo de la infancia, su novio, mi compañero, mi queridísimo Henri, había desaparecido para siempre.”
Luego de dar vueltas
completamente aterrado a lo largo y ancho de la “ciudad muerta” el médico retornó
al puerto. Al día siguiente, y a manera de cerrar esa página tan dolorosa, se
embarcó y se mudó a la ciudad de M", donde tiempo después conocería a
Francinette, sin saber su vínculo con D’Herauville. Cuando se enteró de ello,
en vísperas de su boda, fue como si los fantasmas del pasado volviesen para
atormentarle.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario